Por: Imilka Fernández.
Las canciones de nuestra infancia viven en nuestra memoria. Se hace inevitable sonreir al recordar una melodía que vuela entre los recuerdos para asomarnos a un juego, a un amigo, a una escuela o al momento hipnótico de sentarnos frente a la tele. Sin lugar a dudas estos recuerdos son, quizás, los tesoros mejor guardados, vienen de forma automática e instantánea y en momentos felices, cuando estamos juntos un grupo de amigos o cuando estamos con nuestros hijos pensando que “ahora no es como antes, antes se jugaba de verdad”, ¿cierto?
En la primera parte de este trabajo sobre las canciones infantiles, se hizo referencia a las Nanas o Canciones de Cuna que usualmente se entonan en la primera infancia, casi siempre cantadas por las abuelas y los padres con la intención de provocar en el bebé la tranquilidad y el sueño. Hay otras canciones muy cortas, de una estrofa, que son acompañadas por acciones. Son apenas frases de poco movimiento melódico y complejidad rítmica, cuyo objetivo es llamar la atención del bebé través de gestos para reconocer las partes de su cuerpo y me vienen a la memoria “Tengo la manito quemada, que no tiene huesito ni nada…” o el “Pon Pon, el dedito en el pilón…» y siguen llegando otros recuerdos que no son propiamente canciones pero que están dentro de este “paquete infantil” gratos de recordar, como aquello que decía: “Cuando vayas a la carnicería no me traigas carne ni de aquí, ni por aquí…» o el mejor de todos “¿Quieres que te haga el cuento de la Buena Pipa?” y recuerdo mi desespero porque quería saber realmente cuál era el cuento de la Buena Pipa.
Cuando creces un poco aprendes los cantos de ronda en la escuela, los aprendes con los juegos donde se entrelazaban las manos, se escuchaban palmadas y se danzaba con brinquitos y movimientos al ritmo de las canciones. Entre ellos estaban los romances de herencia española tan antiguos que parecen eternos. Algunos de ellos A la rueda rueda, Al ánimo, El patio de mi casa, Arroz con leche, Mambrú se fue a la guerra, entre otros. Cabe señalar que estos cantos que se entonaban A capella, eran de práctica colectiva, repetitivos y se transmitían de forma oral. Uno de los de mayor éxito decía así:
La señorita Marta entrando en el baile,
Que lo baile que lo baile
Que si no lo baila le doy castigo malo
Que la saque , que la saque
Salga usted que la quiero ver bailar,
saltar por los aires, por los aires
Dejala sola, sola solita.
Pero también habían rimas que evidentemente no son cantos pero que ayudaban mucho en la coordinación de movimientos, en la incorporación de la rítmica y en la socialización del niño, provocando el contacto físico y un vínculo cercano entre ellos que perdurará a pesar de los años. Y recuerdo Que corra la prenda, El burrito 21 (este lo jugaban los varones), Una candelita y los archiconocidos juegos de las niñas de palmadas como 666, La guagua 26, Piña, aguacate y mamey, Vacaciones de verano azul… ¡qué divertido! y se suman a los recuerdos los yaquis, las suizas, el tacón… gran algarabía en el patio de aquellos tiempos.
Luego los programas de televisión hicieron su parte a través de historias con títeres y personajes que día a día, a la misma hora, se colaban en nuestra vida infantil para hacerla más agradable e introducirnos en el mágico mundo de los títeres, las canciones y los cuentos dramatizados. Gracias a programas como Caritas, Amigo y sus amiguitos, Tía Tata cuenta cuentos -que tenían una banda impresionante-, Los Yoyo, Arcoiris Musical, además de videos que se realizaban con títeres y dibujos, entre otros, conocimos innumerables canciones de diversos géneros, con melodías y temáticas que hacen que el catálogo de estas obras sea de una riqueza indiscutible. Sin lugar a dudas y reconociendo los pocos recursos de la Televisión Cubana, hay que destacar el buen trabajo de los creadores y directores que realizaban estos programas infantiles con el objetivo de crear un espacio televisivo para los niños de entretenimiento desde una perspectiva educativa, sana, musical, de calidad y realizado especialmente con mucho amor.
Teresita Fernández, Vinagrito.
A través de canciones como ésta, conocimos historias fabulosas de animalitos que cobran vida en el mundo infantil. Obras preciosas como La pavita pechugona, La gatita Mini, El gato andaluz, El zunzuncito, Vinagrito, El cangrejito enamorado o El pececito sin color, piezas únicas que despertaban gran sensibilidad en los niño y establecía una conexión vital para su introducción al mundo real.
Miriam Ramos, El pececito sin color de Antonio González Alfonso.
Esta preciosa canción hace gala de una musicalidad exquisita, de gran dulzura y sensibilidad siendo quizás de las de más difícil asimilación para los niños, aunque el dibujo animado ayuda a que resulte más atractiva esta historia. Indiscutiblemente, una joya del cancionero cubano.
Otras canciones llegaron con historias divertidas que, aunque no son de autoría cubana, las hicimos nuestras por su gracia y su encanto. Una de las más memorables Perro Salchicha de la argentina María Elena Walsh.
María Elena Walsh, Perro salchicha.
Las pequeñas poesías, los juegos y los cuentos que acompañan a las canciones vienen a nuestra memoria sin esfuerzo alguno. Unos recuerdos trajeron a los otros y todos juntos dibujan la infancia cubana de aquellos años. Crecer rodeado de música, de historias ingeniosas, de imágenes cargadas de fantasía y bondad, es crecer con amor y serenidad, en un entorno que ofrece asomarnos al mundo desde una perspectiva feliz.
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